
Por Sebastián Beltramella y Ezequiel Abraldes.
El encuentro se produjo en el humilde Ricardo
Puga, estadio del Club Atlético Atlas. A paso lento y seguro se acerca Wilson
Severino. El cansancio de un largo día se le nota en su mirada. Saluda a la
decena de niños que pasean en sus bicicletas al costado del alambre y se lanza a
la butaca del banco de suplentes para descansar sus piernas. Se quita la gorra,
sonríe, saluda, agradece la visita, se frota las manos y nos cuenta las
peripecias que pasó hasta llegar a destino.
¿Cómo surge tu pasión y dónde empezaste a jugar
al fútbol?
La pasión la traigo desde la cuna. Desde que que
tengo memoria la pelota siempre me llamó la atención. Es lo que amé toda mi
infacia. Respecto a mis inicios en el fútbol, lo mío siempre fue el potrero.
Jugué desde los seis años hasta los veintitres; después me vine a Buenos Aires
para jugar en Central Ballester y desde el 2008 que estoy en Atlas.
¿Te costó adaptarte a la Primera D?

¿Alguna vez surgió la oportunidad de emigrar
hacia otra división superior?
Sí, propuestas me han llegado. El problema es
que tengo señora y dos hijos, no me puedo dar el lujo de arriesgar el plato de
comida y la cuota del colegio de ellos. Cuando llegaban las propuestas me
interesaban, pero tenía que dedicarme full time al fútbol y nadie me aseguraba
un sueldo fijo. Trabajo desde hace ocho años en el Ferrocarril Belgrano
(mantenimiento de vías) y a fin de mes sé con qué dinero cuento. En otro momento de mi vida lo habría
aceptado.
Imagino que no debe ser nada fácil trabajar y
luego entrenar.
(Wilson respira profundo, luego deja escapar una
sonrisa desganada).
La verdad es que me liquida, je. Laburo de diez
de la noche a seis de la mañana. Llego a mi casa, duermo, almuerzo y después
por la tarde entrenamos. Es como todo, cuestión de acostumbrarse. Yo siempre
digo; calavera no chilla. Nadie me obliga a jugar al fútbol, lo hago porque me
apasiona. Tampoco tengo expectativas en poder cambiar mucho mi vida laboral
porque la vida no me dio la posibilidad de estudiar.
Con esto que contás todo lo que brindás en la
cancha tiene un doble valor. Pero ésta es tú historia:¿ Muchos en el mundo del fútbol
de ascenso viven igual que vos?.
El futbolista del ascenso tiene una vida
sacrificada. Tengo varios compañeros que llegan con los justo a fin de mes.
Como te dije, nadie nos obliga a jugar, lo hacemos por amor. El dinero que
podés ganar en el ascenso no te modifica estilo de vida. Somos remadores. Por
eso cuando nos putean o nos critican, estallamos. Algunos nos comparan con los
jugadores de Primera A, que sólo se dedican a entrenar y a jugar. Y ni hablemos
de los contratos que tienen.
Mirá... hay veces que pienso en soltar todo.
"El Jeta" (su hijo mayor) ya tiene ocho años y empezó a jugar al
baby. Entrena tres veces por semana y juega los sábados, el mismo día que yo.
Entonces pienso que me estoy perdiendo el crecimiento de mi hijo y me pongo
triste.
El goleador de Atlas comienza a fragmentar las
oraciones. Se le quiebra la voz y la emoción aflora cuando nombra a sus hijos.
Se seca las lágrimas con el puño de su buzo, pide disculpas, y luego de unos
segundos continúa con su relato.
El jugador de Primera A lo justifica con
inversión, con buena vida... yo no lo justifico con nada. Mis hijos son mi vida
y no los estoy disfrutando como debería. En caliente he pensado varias veces en
el retiro, pero me familia me apoya en todo y quieren que siga. De todas
maneras, estoy en mi última etapa como futbolista.
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